“En Barcelona, Messi tiene cinco opciones de pase y en la Selección no. Aca tiene que gambetear cinco jugadores…siempre que un equipo le ofrezca opciones de pase va a tener un mejor funcionamiento”.
“En Barcelona, Messi tiene cinco opciones de pase y en la Selección no. Aca tiene que gambetear cinco jugadores…siempre que un equipo le ofrezca opciones de pase va a tener un mejor funcionamiento”.
Voló. Y con la punta del pie izquierdo, su pierna menos hábil, hizo lo más difícil. Durmió la pelota. La acarició y la dejó ahí, suspendida, como desafiando las leyes gravitatorias. Y así también estaba él. En el aire. Y antes de que el esférico toque tierra otra vez, mucho antes, con el pie derecho dibujó una vaselina que podría haber sido para el recuerdo. Pero no fue así. La caprichosa lo fue más que nunca y se posó en el techo del arco, cómodamente, como riéndose de lo que podría haber sido una obra maestra del 10. Si la trayectoria hubiera sido diferente, si la pelota en vez de descansar pasivamente arriba, lo hubiese hecho felizmente adentro del arco, el fútbol era feliz. Y cerrar la cancha, no hubiese sido exagerado.
Canción.
La Bombonera estaba llena, a pesar del día y la hora. Los ídolos, en la cancha. Y la pelota, después del fantástico recibimiento y de la barrida -pobres chicos- de los miles de papelitos, empezó a rodar. Y se dio otro clásico Superclásico.
Porque, en los días que corren, la noticia de una victoria de Boca sería una gran novedad. Pero cuando es contra River -con B para los amigos- no. Porque el equipo volvió a mostrar esa garra, esos huevos que pide enardecidamente la hinchada, en cada pelota dividida, en cada cruce, en cada roce.
Porque Javi García, el pibe que salió campeón en 2008 "sin manos" hoy se las puso y fue un arquero de superclásicos. Un mano a mano -gracias Funes Mori-, un tiro a distancia y un cabezazo le bastaron para redondear un gran partido.
Porque Luiz Alberto, el brasileño que "no puede jugar en la primera de Boca", demostró que cuando hay que poner, no tiene fisuras.
Porque Breyner Bonilla, ese que despertó el "¿y ese negro quién es?", se bancó los nervios del debut, y encima, con la banda enfrente. Recibió la primer pelota a cancha llena y le rebotó en los pies. Nunca más dudo. Revoleó sin pudor, cerró con altura y salió acalambrado y ovacionado de la cancha.
Poque Eze Muñoz, el pequeño gigante que surgió para ser el central del futuro, se bancó el lateral y regalo una barrida que habrá secado más de una garganta.
Porque Luciano Monzón, el que valía 12 palos verdes y ahora murmuran cada vez que la agarra, le regaló a la gente sudor, garra y un caño más R1 a fondo para dibujar el segundo gol xeneize.
Porqué Jesús Méndez, ese que se cruzó de vereda para jugar en un grande de verdad, se disfrazó de cinco para jugar de lo que más sabe, repartió fútbol para todos lados y puso la pata cuando hubo que ponerla -preguntar a la cara de Ahumada, ídolo por la ribera-.
Porque Mati Giménez, ese refuerzo relleno del verano boquense, mostró el sacrificó necesario para ganarse un puesto que todavía no tiene dueño. Y con yapa: debutó en Boca, en un clásico y le hicieron el foul del primer gol.
Porque Gary Medel, y párrafo aparte para el chileno que se ganó el corazón del hincha, vivió el partido de su vida. Metió los dos goles, metió como nadie, se peleo con Gallardo -ahora no araña, muerde- y lo echaron. Y se llevo el aplauso y el reconocimiento de la gente.
Porqué Nico Gaitán, a pesar de estar en deuda en los últimos partidos, sin brillar regaló una perlita para el recuerdo: caño delicioso a Almeyda, que todavía lo está buscando.
Porqué Martin Palermo, el Titán que no encontró su gol 219, dejó como cada súper, todo en la cancha. Se sacrificó por el equipo, cabeceó todo en defensa, y hasta casi mete una tijera para la historia -si era gol donde se metía el línea...-.
Pero por sobre todas las cosas, el superclásico fue clásico, por que el número 10, fue el último diez. Ni el de la vereda de enfrente -que usa la 11, porqué la 10 en River la usa alguien que ni siquiera concentra- ni el que miraba desde el palco como aquel "que no le sirve", la rompía en la cancha. El 10 fue Román, y con todas las letras. Participativo, de toda la cancha, y hasta combativo como pocas ocasiones. A veces de volante, a veces más adelante que el mismo Palermo. Tocando, desmarcándose, bailando, brillando.
Una vez más, y como tantas otra veces ya, el concierto se jugó al compás del 10. Un clásico en cada Superclásico.
Canción.
PD: La única bandera gallina: "Yo vi tu cancha llena... de agua". La inventiva riverplatense no tiene límites. Sorprendente.
Se acerca un nuevo Superclásico -en realidad ya llegó, pero pasado por agua- y la ilusión se renueva. No solo la ilusión de ver renacer a un equipo que viene diezmado en juego y resultados. También la ilusión de ver la mejor versión del 10. Como si no bastaran los múltiples títulos, Román le añade a los logros grupales, una estadística más que favorable contra el rival de siempre. Otra vez los números. No son todo pero dicen mucho.
De los 25 clásicos que lleva jugados -contando oficiales y torneos de verano- ganó 13, empató ocho y perdió solo cuatro. Y ese no es el dato más relevante. Cuando los tres puntos realmente valen, Román solo perdió dos. Contando aquel 1-2 por la Copa Libertadores 2000, -golazo de tiro libre- que finalmente la serie fue para Boca, con un histórico 3 a 0 en la Bombonera con penal de Román incluido más delicioso caño a Yepes. Si a eso se le puede llamar derrota...La otra fue en el Apertura 99, en el Monumental, y por 2 a 0. Y listo. No le hablen más de caídas al 10.
La triunfante historia empezó en un 3 a 3 en el Monumental allá por Marzo del 97. Pero en Octubre de ese mismo año Román escribió su primera página de gloria en los super: entró por Diego en el entretiempo el día de su último partido y le cambió la cara al equipo, con tan solo 19 años. Fue 2 a 1 y fiesta en el gallinero.
Ya con la llegada de Bianchi, la titularidad asegurada y la 10 en la espalda, las alegrías se multiplicaron. A las actuaciones ya mencionadas en la Copa, se le sumaron al año siguiente, en el Clausura 2001, otro 3 a 0 con baile en la Bombonera. Como si la historia se volviese a repetir. El 10 patea el penal, Costanzo lo ataja, y en el rebote, con la frente y los ojos bien abiertos, convierte otra vez. Otro día histórico, el día del Topo Gigio.
Ya en el año de su segunda vuelta, luego de su paso fugaz en 2007 -copa bajo el brazo mediante-, ganó los dos clásicos de 2008. Ambos 1 a 0. Y en ambos fue determinante. Inteligencia para sacar a Palacio del área y ponerle la pelota en la cabeza a Battaglia en la Bombonera. Deliciosa pegada para el gol de Viatri en el Monumental y un festival de fútbol en los pies para aguantar el partido con un jugador menos.
Las actuaciones de Román en los clásicos siempre tienen un plus por sobre los demás partidos. Como si hubiera buscado ser ídolo y hubiese descubierto la mejor forma de lograrlo. Tal vez por sentir la camiseta como un hincha, por el orgullo de ser boquense, porque el mimo de la gente, ese que Riquelme necesita para ser feliz, llega mucho más en estos partidos. Lo innegable es que, con la banda roja enfrente, el 10 se enciende. Y este jueves, cuando salga una vez más a defender ese orgullo, espero que sea igual que siempre.
Canción.
Román y un gesto más de fastidio. No el mismo de siempre, ese vinculado al nulo movimiento de sus compañeros cuando tiene la redonda en sus pies o de cuando las cosas no le salen como él quiere.
Esta vez, con pelota dominada, la pasó a un compañero, lateralizando la situación una vez más. Pero no llegó a destino. El agua no dejaba jugar, y perjudicaba, mas que a nadie, al 10. Y ahí el gesto claro. Brazos abiertos y cara de "así no se puede jugar, esto no va más". Aunque ya habían pasado 9 minutos, y muchos pases habían muerto en charcos similares, el gesto del 10 xeneize fue terminante.
"Lo suspendí yo" dirá en todos los diarios del lunes el árbitro que nos representará en el Mundial. Pero un gesto valió más que mil palabras.
Canción.
Juan Román Riquelme es, cotidianamente, cuestionado en el fútbol argentino. Mas que
nada, por la gente, el hincha común. Y aclaro "por la gente", porque el mundo del fútbol, ese que está adentrado en el tema y mama día a día el estar dentro de una cancha o analizar el juego fuera de ella, sabe que Román es diferente.
Para exponer mi humilde opinión y demostrar la calidad y el potencial de JR en cancha me
tomé el trabajo de compararlo con exponentes argentinos del buen fútbol. Creo que la gran mayoría estarán de acuerdo -por no decir todos- en que Aimar, Verón y Ortega son esa clase de jugadores. Son tipos de gran carrera, con muchísimos partidos en su haber, gran cantidad de títulos y goles.
Empecemos, en el fútbol argentino, con el querible Pablo César Aimar. De grandes torneos en River Plate, el Payasito marcó en el club de Núñez 21 goles en los 81 partidos que jugó. Ariel Ortega, entre River y Newell's anotó 71 en 250 encuentros, pero con la particularidad de ser el más adelantado de los 4 jugadores en discusión. Juan S. Verón es, con tan solo 14 goles en 70 partidos con su amado Estudiantes, el de menor cuota goleadora en el fútbol argentino. Ahí entran los números de JR. Con 290 partidos con la azul y oro, Román convirtió 71 goles. Es decir, que la capacidad goleadora de Román es similar a la de Aimar, altamente superior a la de Verón y, haciendo hincapié en la posición en la cancha comparada con Ortega, tener la misma cantidad de goles es favorable para el 10 boquense.
Pero en Europa la diferencia se nota aún más. Aimar, el único que todavía despliega su juego en el viejo continente, tiene 41 goles en 278 PJ, una marca por demás inferior al promedio de Román. Ortega, con solo 25 goles en 101 Pj, también queda detrás. Pero Verón, tal vez el que más triunfó y que jugó en los mejores equipos de Europa, tiene tan solo 30 goles en casi 250 cotejos. Sorprende que, jugando mucho más adelantado de lo que lo hace actualmente y con compañeros de alto nivel, el promedio sea tan bajo. En cambio Román, quien militó en un Barcelona donde era despreciado y desembarcó en un Villareal que, hasta ese entonces, era un equipo desconocido, supo -a pesar de que la gran mayoría piense lo contrario- hacer una buena carrera europea. En los 185 PJ que disputó entre los dos clubes, Román convirtió 51 goles. Si, escuchó bien, Riquelme tiene 51 goles en Europa.
No cabe duda que los 4 futbolistas, en diferentes etapas, fueron figuras y emblemas de los seleccionados. Tal vez todos, excepto Aimar, hayan sido víctimas del periodismo en su afán de encontrar "responsables" en los "fracasos mundialistas". Pero si de números estrictamente hablamos, Román vuelve a demostrar que, hasta en la selección, donde tantas veces fue cuestionado, rindió más que lo que el vox populi cree. Es, de los cuatro, el qué más goles tiene. Si, más que Ortega. Con 18 goles en 54 Pj, supera tan solo por uno al Burrito, por 8 a la Brujita y por abrumadores 12 al Payasito. Parece mucho, no?.
Los números no lo son todo en el fútbol -por lo menos no para mi, aunque sí para muchos- pero son una parte importante. Decir que Riquelme en Europa convirtió más goles que Verón en toda su carrera no es un dato al pasar. O que es el único de los 4 que supera los 100 goles. Las estadísticas no son todo, pero ayudan a entender. Entender que cuando uno es distinto, los números lo favorecen.
Canción.