Volvió el diez. Y volvió ese Boca que llega, que genera, que te saca la pelota y que construye a partir de la posesión. Se podrá decir que Zamora es –y no hay dudas de eso- un rival de poca jerarquía. Pero ninguno en el grupo pudo golearlo ni doblegarlo más que el xeneize.

Riquelme fue el eje de un Boca que fue de menor a mayor, como el juego del diez. Las llegadas se multiplicaron, pero las ineficientes definiciones en el primer tiempo hicieron que, al descanso, las cosas se fueran 0-0.

Sin embargo, los goles caerían en la segunda etapa. Con la salida de Pablo Mouche –de flojo partido-, vino el ingreso de Sergio Araujo, clave en ambas conquistas. Primero, bajándola groseramente con la mano para la apertura del marcador, en los pies de Nicolás Blandi, que moja siempre que juega.

Más tarde, le tocó bajarle –ahora de cabeza-, la pelota a Román, quien solito en el punto del penal definió fácil ante un arquero que estaba expuesto. Con este gol, Román llegó a 21 por Copa Libertadores, y quedó a sólo dos de Martín Palermo, que es el máximo goleador de Boca en este certamen continental. 

Así, Boca se sacó de encima al molesto Zamora, un equipo semi amateur en juego pero que complicó más de la cuenta a todos los integrantes del grupo. Y por poco no pudo ser puntero del grupo –Fluminense ganó en el último minuto en Sarandí-, cuestión que parecía improbable luego de la derrota ante los brasileños en La Bombonera.

Y como si fuera poco, Boca recuperó a su diez, a su emblema, a su capitán, que volvió luego de más de dos semanas y, como ya es costumbre, no se notó y fue –aunque algunos no lo quieran ver-, la figura de la cancha. Román no pierde el ritmo y ahora sí, como siempre dice, empieza la Copa.