El diez jugó e hizo jugar. Volvió al patio de su casa y se inspiró. Encontró sociedades y su nivel enamoró a todos los hinchas, que aguantaron a pesar de la lluvia un lunes a la noche. Esas sociedades que tanto se pedían, aparecieron.

Clemente Rodríguez fue quien supo ser. Escaló todo el partido por la izquierda y así Boca generó sus mejores jugadas. Román tuvo siempre descarga y elaboró sus pases característicos. Encima, Erviti tuvo su mejor partido en Boca –con taco incluido en el primer gol- y se animó a jugar con el diez. A todo esto, la defensa funcionó, el medio recuperó y los goles se concretaron. Un cóctel que, servido todo junto, no puede fallar.

El 10 hizo y deshizo a su antojo. Aceleró o frenó según lo pedía la jugada, rompió la defensa con pases en cortada y cerró una noche mágica con una rosca de derecha que lejos pasó de la estirada de Bologna. Un gol marca registrada de JR.

Boca volvió a hacerse fuerte en casa. Boca volvió a ganar y, después de mucho tiempo, volvió a golear. Boca volvió a gustar. Hubo sobredosis de fútbol en La Bombonera y el responsable tuvo nombre y apellido: Juan Román Riquelme.

El golazo de Román: